Expedición Aneto 2021

Cascadas del río Lliterola.

Llegada al Valle de Benasque

Poco a poco, pasamos del asfixiante calor de verano a la refrescante brisa de la alta montaña mientras recorríamos yo y mi amigo las sinuosas carreteras de la zona que nos llevarían hasta la villa de Benasque. Pero no nos paramos, bueno, solo a contemplar y fotografiar la belleza de los ríos que descendían las verticales vaguadas.

Seguimos avanzando hacia el noreste, hacia el hotel de Llanos del Hospital, el lugar que sería nuestra base. Desde allí pasaríamos varios días explorando toda la zona y planeando más a fondo nuestro ascenso al pico Aneto. Y así fue. El primer día, después de dejar todo lo que no necesitábamos en el hotel, salimos a nuestra primera excursión, siguiendo el rio Ésera hacia la Besurta.

Ese día fue perfecto como iniciación. Ya habíamos planeado nuestra ruta de ascenso y yo tenía unas fotos muy buenas de la zona así que con los deberes hechos nos fuimos a dormir pronto.

Ascensión al Aneto

El autobús que nos llevaría a la Besurta, punto de inicio de la marcha salía sobre las 5:30 de la mañana. Una vez allí comenzamos nuestra ruta que se alargó unas 13 horas en total.

La ruta subía por estrechos caminos boscosos hasta un refugio de montaña llamado la Renclusa. Desde allí debíamos seguir el camino hasta los famosos portillones, que eran la puerta a los glaciares pirenaicos. Un tramo muy tedioso debido a que había que avanzar dando grandes zancadas de roca en roca, quitarse y ponerse repetidas veces los crampones para cruzar tramos congelados muy resbaladizos.

Tras un largo y duro ascenso, llegamos al portillón superior. Desde allí, las vistas del glaciar eran increíbles. A lo lejos se divisaba la cumbre de la montaña y puntitos diminutos que ascendían lentamente. Unas horas después, pasado el glaciar, llegamos al famoso Paso de Mahoma, donde un grupo de montañeros se apilaba en una cola para cruzarlo.

Soplaba un aire gélido. Aunque estuviéramos a finales de junio la cumbre de esa montaña se mantenía congelada. Las piedras del paso estaban recubiertas de cristales de hielo y el simple contacto con las manos desnudas en su superficie hacía que perdieras completamente la sensibilidad.

A mitad del Paso de Mahoma, a escasos metros de la gran cruz que marca los 3404 metros de altura decidimos dar media vuelta. Y es que hay que decir que no llevábamos el equipo necesario para realizar tal hazaña sin consecuencias. Sin casco ni piolet, sin guantes ni cuerdas y con unos crampones demasiado humildes que ya lo habían dado todo en la subida.

La sensación de estar congelándote, sin sensibilidad en las manos y con un precipicio a cada lado no molaba mucho y por unos pocos metros no merecía la pena arriesgarse. Así que decidimos dar media vuelta ya que dicen que una retirada a tiempo es una victoria. Para nosotros lo fue.

El descenso se hizo muy duro. Estábamos agotados y la nieve acumulada no hacía más que retrasarnos. Para llegar al refugio de la Renclusa había que volver a cruzar toda la zona rocosa y eso fue un duro golpe mental. Se hizo eterno… Al llegar al refugio paramos un buen rato a descansar. Ya solo quedaba un tramo sencillo hasta la Besurta. Una vez allí, el autobús nos devolvió a la zona del hotel. El desgaste corporal era brutal. Nos reíamos del hecho de que no podíamos ni levantarnos de la cama ni para ir al baño. Eso sí, la ducha calentita fue un regalo divino, nos lo habíamos ganado.

Yo espero volver algún día y conquistar del todo esa montaña, que sin lugar a dudas es uno de los lugares más salvajes, más bonitos y más duros que hay en los pirineos.



El Último Día

Aprovechamos nuestro último día en la zona para visitar el pueblo de Benasque y hacer unas fotos. El clima era perfecto, con un sol radiante y una fresca temperatura. El río Ésera, que pasaba por allí ofrecía un paisaje idílico y ponía la guinda al delicioso pastel que fue nuestra experiencia esos días.

Tras una estupenda comida en un restaurante de aspecto casero, emprendimos la vuelta a casa. Sabíamos que las decisiones tomadas en esa montaña habían sido las correctas y que lo más importante era disfrutar del camino.



“Las montañas se suben dos veces. Una con el piolet y otra con la pluma”

Kurt Diemberger

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